La disciplina militar y el apoyo estatal, clave en el éxito de las empresas de alta tecnología israelíes
Descaro. O chutzpah, como se dice en hebreo, es el ingrediente principal del éxito de Israel como campo de cultivo de la alta tecnología mundial. “Decir las cosas de forma directa, generar debate y estar abiertos a la confrontación es lo que nos hace resaltar sobre el resto del mundo”, comenta Oren Simanian, fundador de StarTau, la primera aceleradora de startups (instalación de desarrollo de pequeñas empresas del sector tecnológico) de la Universidad de Tel Aviv creada en 2010. “Los cambios van más rápido con chutzpah”, explica.
Pero no basta con tener iniciativa para estar en la vanguardia mundial de la tecnología. Durante los últimos 30 años, Israel se ha esforzado en construir un ecosistema que hoy en día atrae como un imán a grandes multinacionales como Microsoft, que en 1989 eligió Tel Aviv para abrir la primera de sus siete aceleradoras fuera de Estados Unidos. Un servicio militar obligatorio —dos años para las mujeres y tres para los hombres—, el escaso mercado interno, la alta inversión pública en investigación y desarrollo (I+D) —que oscila entre el 4% y el 5% del PIB per cápita, el más alto del mundo—, y una temprana educación en emprendimiento completan la receta para la creación de este paraíso de start-ups conocido ahora como Silicon Wadi, pequeño valle en hebreo, que ofrece trabajo a unos 237.000 ciudadanos.
Con más de 5.000 compañías tecnológicas (el 95% nacionales), Israel es el segundo país en innovación, según la clasificación mundial de Startup Genome, tan solo por detrás de Silicon Valley, EE UU. “No tenemos recursos naturales, ni petróleo y además estamos rodeados de enemigos”, sostiene Moshe Hogeg, fundador de Mobli, una red social donde sus más de 400 millones de seguidores comparten fotos y videos y que en 2013 generó unas ganancias de 46 millones de euros. “Lo único que podemos hacer es crear, innovar y exportar nuestras ideas”, añade. Pero, ¿qué es lo que les inspira? Entre los directivos de las grandes compañías, la respuesta es clara y unánime: el ecosistema.
No más calderilla extranjera
Se acabaron las compras en el duty free. Se acabó la calderilla de monedas extranjeras apiladas en un bote después de un viaje. TravelerBox, una start-up israelí, ha diseñado el “kiosko del dinero” —como lo denomina Dror Blumenthal, uno de sus creadores— que engulle esos billetes y monedas que ya no sirven para nada y los transfiere directamente a la cuenta corriente del depositario. “También se pueden ingresar en tarjetas regalo de diferentes marcas”, aclara. La empresa, que mueve una fortuna de 20 millones de euros anuales, se queda con el 10% de las transferencias a cuentas bancarias y con el 5% del importe del ingreso en tiendas como GAP, Ebay y Groupon.
Blumenthal comenzó el proyecto porque alguien le contó que, de media, cada persona se queda con unos cinco dólares (3,93 euros) de moneda extranjera después de un viaje a otro país. “Pero con el tiempo averiguamos que se trataba de mucho más, unos 20 dólares”, resalta.
TraveleBox, que opera en Turquía y Reino Unido, admite dólares, euros, libras inglesas, rublos y liras turcas.
“Estudiamos el flujo de turistas mundial e instalamos la máquina donde nos interesa”, indica el emprendedor. Está previsto, que en 2015 los aeropuertos italianos y tailandeses acojan estos kioskos de dinero extranjero.
Tel Aviv-Jaffa, una burbuja occidental de 404.800 habitantes en medio del desierto, es una enorme incubadora —sobre todo en ciberseguridad, Internet y telefonía móvil— no solo para los emprendedores israelíes sino también para los extranjeros. Juan Monzón y Javier Muñoz acaban de llegar y pasarán cuatro meses en la aceleradora de Microsoft mejorando su producto; una férula personalizada a través de una impresora 3D con electroestimuladores que regenera los músculos y acelera el periodo de recuperación. “Lo lanzaremos al mercado en febrero de 2015. Costará menos que el tratamiento habitual”, sostiene uno de sus creadores.
La diversidad, como dice el alcalde de Tel Aviv, Ron Huldai, es determinante: “Queremos atraer talento extranjero”. La semana pasada se celebró en la ciudad mediterránea la tercera edición del Start Tel Aviv, en el que 16 start-ups internacionales —entre ellas la española Torus—, invitadas por el ministerio de Exteriores, presentaron sus proyectos durante una feria de innovación tecnológica (Digital-Life-Design Festival 2014) ante docenas de inversores, entre los que se encontraban representantes de Facebook, Google y Linkedin. “Estoy impresionado. Quiero absorber todo el talento que se concentra aquí y llevarlo a Nueva Zelanda conmigo”, dice uno de los 16 emprendedores extranjeros, Rollo Wenlock, de 34 años y fundador de Wipster, una plataforma que facilita la comunicación entre el productor de un vídeo y su cliente.
Pero entre la modernidad de Tel Aviv —con altos rascacielos, red wifi gratuita en la calle, una ajetreada vida nocturna y una amplia comunidad homosexual—, asoma la disciplina militar a la que muchos emprendedores relacionan directamente con el éxito de sus compañías. “Cuando tienes 120 vidas a tu cargo aprendes a ser el mejor y a centrarte en un solo objetivo”, explica Hogeg, quien pasó siete años en la exclusiva Unidad 8200, un apéndice de los servicios secretos de Israel especializado en alta tecnología. “La mentalidad de una start-up debe ser como la del Ejército: completar la misión”, afirma en la misma línea Uri Adoni, socio de JVP (la mayor aceleradora de Jerusalén y una de las más importantes del país), que también estuvo en la 8200.
Una de las patas del ecosistema que hace de Israel un Estado tecnológico —como ya expusieron en 2009 Dan Senor y Saul Singer en su libro The Startup Nation— es la inversión que hace el Gobierno para facilitar el desarrollo de sus start-ups. Según Avi Hasson, jefe de la Oficina de Innovación (que, pese a estar formalmente supeditada al Ministerio de Economía, es independiente), el Gobierno ofrece beneficios tributarios como incentivos a la inversión en alta tecnología israelí. “Existe una exención tributaria total para aquellos inversores de capital riesgo individuales (business angels) que reciban algún beneficio de una start-up nacional”, explica Hasson desde su despacho en una de las torres más altas de Tel Aviv. La Oficina cuenta con un presupuesto anual de unos 311 millones de euros.
Existe, además, un proyecto del Gobierno, pendiente de aprobación, por el que se van a expedir visados de trabajo para emprendedores de todo el mundo. Y aunque nadie lo confirma aún, se prevé que la medida entre en vigor a principios de 2015.
Tanto talento concentrado entre el mar Mediterráneo y el mar Muerto pero casi nada se queda. La enemistad de Israel con sus vecinos árabes hace que las compañías se salten al público regional y se lancen directamente al mercado internacional, principalmente EE UU. “El buen dominio del inglés que tiene la sociedad israelí es otra ventaja”, explica Zack Weisfeld, jefe de Microsoft para Europa y socio de la aceleradora de Tel Aviv.
Pero con todos los sectores por los que se mueve —biotecnología, comunicación, Internet, ciencia—, la alta tecnología es ciega en sí misma y “no distingue entre el bien y mal”, advierte Shimon Peres, expresidente de Israel y premio Nobel de la Paz de 1994. “Ante todo se necesitan profesionales con talento que hagan un buen uso de ella”.
Belén Domínguez Cebrián Tel Aviv 28 SEP 2014 – 00:00 CEST120